Mensaje de Bienvenida

¡Hola a todos!

Iniciamos esta nueva aventura acompañados de dos grandes amigas que iremos conociendo a lo largo del curso. ¿Os las presento?. Son Lengua y Literatura. Lo primero que haremos, además de aprender muchas cosas, es personificarlas.
¿ Recordáis lo que era una personificación?...

27 marzo 2011

Somos escritores





¡Hola Chicos!


¿Quiénes van a ser nuestros escritores este mes?


Estamos trabajando el género narrativo. Hemos realizado cuestionarios sobre sus contenidos y estamos leyendo textos en clase.

Literatura es muy caprichosa y quiere que hagáis lo siguiente:

-Continuar el fragmento del Cantar de Mio Cid en el que Don Rodrigo llega a Burgos en su destierro, y no es recibido por nadie al ordenarlo el rey Alfonso VI.

-Continuar el fragmento del Quijote en el que se relata la famosa aventura de los molinos de viento.



Así pues, seréis un juglar de la época medieval o el mismísimo Cervantes.


¿Qué os parece?

¡Rápido! Coged vuestras plumas y tinteros para adentraros en el fantástico mundo de la escritura....


Esperamos vuestras narraciones



“Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento , y no gigantes, aquellos que iba a acometer”

El Quijote. Cervantes


CONTINUACIÓN:


Don Quijote se estampó con los molinos, quedándose así malherido. Al poco de veinte minutos el dueño de los molinos apareció, Gregorio, el molinero le llamaban. Este buen señor le ayudó a curarse la heridas en su morada.

Al día siguiente Gregorio el molinero, se encontró con Sancho Panza y este le dijo:

-Buen señor, me presento, soy Sancho y vengo en busca de mi merced, lo habéis visto. Es alto, con él va un caballo viejo y un “meadero” en la cabeza.

-¡Oh! sí lo he visto. Está en mi morada descansando del choque con mis molinos pero, a todo esto, yo me presento. Soy Gregorio el molinero. Y bien Sancho, alguno de vosotros me tendréis que pagar el aspa del molino que vuestra merced rompió.

-Pues yo sin un real estoy- dijo Sancho- así que debe hablar con mi merced que al final el aspa la pagará él.

Los dos hombres se fueron en busca de Don Quijote.

-¡Bienvenido Sancho! Pasad, Pasad al castillo-dijo Don Quijote con un tono de locura.
-¿Qué castillo?... si es una humilde morada-exclamó Sancho con asombro.
-Bueno a lo que íbamos-dijo Gregorio-me pagareis el aspa o si no ninguno de los dos saldrá de aquí, como que me llamo Gregorio y molinero de profesión soy.

Don Quijote se echó a llorar y Sancho Panza le siguió. El molinero lleno de pena le perdonó y así les dio la libertad.

Al final del mes, Sancho vino con todo el dinero y uno a uno le dio los reales al contado. Todos se hicieron muy amigos mientras que Don Quijote seguía creyendo en los gigantes, batallando con ellos, imaginariamente, aunque las consecuencias eran las mismas, Sancho le pagaba a Gregorio todos los destrozos de los molinos.

Gregorio Tapia Hidalgo 1ºB













"Esto la niña le dijo y se entró para su casa.

Ya lo ve el Cid que del Rey no cabía de esperar gracia."

Cantar del Destierro. El Cantar de Mío Cid

Anónimo


CONTINUACIÓN...

Despúes de su estancia en la morada
llegó a otra posada,
cabalgando el Cid a capa y espada.
Al llegar a ese lugar vio a un campesino pasar,
que le dijo con un poco de intimidad:
''Por favor déjame pasar''.
Al que el campesino Alberto
le preguntó casi sin aliento:
''Ojalá pudiera ayudarte pero por orden del
rey Alfonso no puedo ni hablarte''.
La mujer del campesino salió a ayudarle:
''No te preocupes que nosotros vamos a ayudarte''.
Una vez dicho esto entró en su morada y salió
de allí de muy buenas ganas.
Aquellos campesinos habían conseguido ayudarle
y posteriormente recibirían un regalo de aquel caballero andante.

Alberto Soberino Acero (1ºB)




CONTINUACIÓN:

El Cid sigue su marcha donde se encuentra a una bella dama, Ana.
Esa bella dama no le habla con muchas ganas .
Ella tan indignada le dice que nada.
El pobre Cid llorando le suplicaba.
Ana tan honrada y educada le dijo que no llorara pues ella iba a ayudarle de tan duro problema.
La bella dama le acoge en su morada.
Un consejero de la dama le dice que el rey viene a su morada.
La dama cogió al Cid y corriendo se lo llevaba a un lugar donde la magia reinaba.

Ana Sotés Rodríguez (1ºB)















No veis que solo son molinos-dijo Sancho.

Eso, y como salga el dueño nos va a hacer pagar -dijo su otro escudero Julio.

Sois vosotros los que no veis bien -dijo don Quijote.

Sancho, parece que no atiende a razones-dijo Julio.

Es verdad Julio. No sé que podemos hacer con él-dijo Sancho.

Creo tener una idea-dijo Julio.

Julio se acerca a don Quijote.

Vuestra merced, venid conmigo a vuestra posada, que ya casi anocheció-dijo Julio.

Sancho, Julio y don Quijote volvieron a su posada.

-Sancho, mi idea es encerrarlo y quitarle todos los libros-dijo Julio.

Me parece bien, a ver si ahora deja ya de pensar que los molinos son gigantes-dijo Sancho.

Entre Sancho y Julio lo encerraron.

¡Qué me estáis haciendo!-dijo Don Quijote-si es una broma no me ha gustado nada.

Mire vuestra merced, es por vuestro bien-dijo Julio.

Luego nos lo agradecerá-dijo Sancho.

Sacadme de aquí-dijo don Quijote-no soy un preso.

La noche cayó.

No sé qué hacer –dijo Don Quijote.

Entonces una luz apareció por la ventana, se quedó durmiendo y en ese sueño logró conseguir distinguir a los molinos de los gigantes.

A la mañana siguiente.

Sancho, que bien he dormido –dijo Julio.

Y yo igual, vamos a ver cómo está don Quijote.

¡Hola! escuderos míos, anoche una luz me hizo reflexionar y volví en sí –dijo don Quijote- por fin me he dado cuenta de que los molinos no son gigantes y que no debo obsesionarme con los libros.

Los escuderos llenos en sí de gozo montaron un banquete, y don Quijote no volvió a confundir más a los gigantes con los molinos.

Julio Sánchez Ming (1ºB)

Iba sediento el Cid
cuando vio una vid,
era propiedad de Pablo
un mesonero campechano.
El Cid le pidió de beber
pero él le dijo que el rey no lo quería ver.
Pablo lo dejó entrar
para que pudiera reposar,
el Cid se lo agradeció
y un ramo de flores le dio.
Cuando el Cid se fue,
su hijo se quería ir con él.
Pablo lo dejó
y el Cid en su caballo lo montó.
Grandes aventuras vivieron
gracias a un buen mesonero.
Pablo Serrano Cabrera (1ºB)

El campeador pensó cómo llegar a su posada,

pues mandatos del rey Alfonso no le dejaban.

Hincaba la tienda y luego la descolgaba.

Una señorita con bellas ropas pasaba

Esta señorita llamada Gisell,

Le dijo con cierta timidez:

¡Ya, Campeador, que en buen hora fuiste nacido!

Que acusada seré de lo que os he servido

Ojalá y los criados se den por olvido,

Y que salgas de aquí sano o vivo.

Habló Mío Cid que en buen hora ciñó espada:

Si yo vivo, os daré toda la plata.

He gastado el oro, ya veis que no traigo nada,

y hacerlo a la fuerza si no no serviría de nada.

Con vuestro consejo irme quiero a otro lugar

y ganar batallas para vengar.

La señorita Gisell suplicándole dijo:

Por favor Cid de aquí no te vayas,

O si no este pueblo perderá su fama.

El Cid le contestó a la señorita Gisell:

Aquí me quedaré si vos lo decís,

Si no mis hombres y yo nos iríamos de aquí.

La señorita Gisell con sonrisa le contestó

Y gracias a ella el Cid le hizo un favor.

Gisell García Escorcia (1ºA)

Cuando el Cid llamó a la puerta de su posada, salió una niña
y le dijo que no podía entrar porque el Rey lo había dicho.
Yo iba, entonces, paseando y el Cid se alegró de verme. Los
dos juntos íbamos por la calle, cuando las tropas del Rey
se interpusieron en nuestro camino.
El Cid se puso remolón con ellos
mientras yo buscaba escapar,y advertí al
Cid que eran muy numerosos y teníamos que huir.

-¡Cid,ven conmigo,no hay escapatoria,salvo esta!-dije yo
-¡De acuerdo,pero volveremos para darles su merecido!-exclamó
el Cid furioso,mientras les hería con la mirada.

Y le ayudé a escapar

Le dimos esquinazo, pues aparté rápido al Cid de allí y estuvo muy
agradecido.
Tal era su gana de volver al reino de Castilla , que le ayudé a
conseguir terrenos de regalo al Rey, ganándolas en muchísimas
batallas en las que salimos victoriosos siempre
.

José Manuel Nieto del Valle (1ºB)

24 marzo 2011

Burlón, ¿Dónde estás?....



¡Hola Chicos!

Estoy llamando a Burlón para decirle que ya habéis descubierto quiénes son los autores que aparecen en las fotografías(Entrada: somos investigadores literarios) No sabe que sois unos alumnos muy trabajadores. ¡No podía salirse con la suya!

Tenemos el nombre de nuestros investigadores literarios. Habéis realizado un buen trabajo. Sus nombres son:

Gisell de 1º A
Antonio Gálvez de 1º A
Alberto Soberino 1º B


En Fantasía, están preguntando por Burlón
¿Dónde estará?....



¡Burlón!... ¡Burlón....! Los alumnos de 1º A y B te llaman.....
los alumnos de Coral....





¿Quién me está llamando?.... Los alumnos de... ¿quién?...
No serán esos listillos....

Ya me lo han dicho en Fantasía .¡No me lo puedo creer¡
¡Han sido capaces de identificar a todos los autores!

Seguro que alguien les ha ayudado, porque era muy complicado identificarlos a todos. ¡Vaya¡ ¡Vaya! ¡Sois muy inteligentes y trabajadores¡

¡Bueno! ha sido una nueva victoria, pero....¡no bajéis la guardia enanos¡, porque....¡no me voy a rendir¡.....

¡Hasta la vista!

12 marzo 2011

Os vais al cine con vuestra amiga Literatura

¡Hola Chicos!

El Mundo de Fantasía se va al cine con Literatura. ¿Queréis acompañarles?. Duendes, gnomos, elfos, hadas... estarán muy contentos.
Ellos ya van de camino.
Por cierto, ¿Dónde andará Burlón?.

Van a ver el Género narrativo. Literatura tiene mucho que contaros sobre su nuevo amigo: Narrativo.

¿Cómo será Narrativo?. Después os lo presentará.

¡Vamos! ¡Rápido!...¿Lleváis las palomitas y los refrescos?....




¿Qué tal? ¿Os ha gustado?.
Literatura me ha dejado estas preguntas para que las contestéis. Así sabremos si habéis estado atentos. ¡Seguro que sí!

1.-¿Por qué se caracterizan los textos narrativos?
2.-¿Cómo pueden ser los narradores?
3.-Clases de personajes
4.-Cita los subgéneros del género narrativo
5.-¿Por qué se caracteriza el cuento?
6.-¿Cómo se clasifican los cuentos?
7.-Características de la novela
8.-Clases de novelas
9.-Cita las novelas de caballería que aparecen en el vídeo
10.-¿Cuándo surge la novela picaresca?
11.-¿Por qué se caracteriza la novela realista?
12.-¿Qué autores y obras aparecen en imágenes en el vídeo?

¡Chicos!....¡A trabajar!.....
En clase, las responderemos.

Somos críticos literarios



¡Hola Chicos!

Ya podéis mandar vuestras reseñas literarias, es decir, vuestros comentarios sobre los libros que estáis leyendo. De esta forma, animáis a vuestros compañeros a leer los libros que vosotros les recomendáis. La Cadeneta de Lectura que estamos llevando en clase, va bien; aunque algunos, no están leyendo todo lo que quisiéramos.

Literatura os anima a que comentéis vuestras lecturas.

Hemos recibido la primera reseña a uno de los libros recomendados en nuestra Lista de Lecturas



El Palacio de la Media Noche
Autor: Carlos Ruiz Zafón

EL Palacio de la Media Noche es un libro precioso además que te engancha mucho y siempre quieres leer para enterarte de todo. Yo, la verdad, lo recomiendo porque me ha encantado.

Ben y Sheere son dos hermanos gemelos cuyas vidas tomaron caminos distintos tras su nacimiento. Ella ha seguido una vida errante junto a su abuela, Aryami Bosé, y él ha pasado su infancia en un orfanato. Ambos se reencuentran cuando están a punto de cumplir los dieciséis años. Juntos tienen que evitar caer en manos de Jawahal, un diabólico espectro. Para ello los jóvenes contarán con la ayuda de la Chowbar Society, entidad formada por Ben y otros seis huérfanos que se reúnen en el Palacio de la Medianoche y que se han prometido ayuda y protección en toda circunstancia.

Espero que os guste como me gusto a mí.

Ana Sotés (1º B)


El Dado de Fuego

Autora: Milagros Oya

Bueno os recomiendo el Dado de Fuego, porque es un libro muy interesante, que te engancha mucho y que hasta que no te lo leas no vas a poder parar.

Es un libro que trata sobre unos niños, que se reúnen una vez al año en la noche de San Juan para contar historias de miedo.Para ello tienen un dado. El dado tiene seis caras, cada cara tiene a una persona, esas personas son: Heike, Ana, Iria, Jorge, Carlos y José. Sus historias son de todo tipo de clases. Lo malo es al final, cuando acaba el cuento, pues hay que esperar hasta el próximo año, pero los niños no pueden esperar otro año, por eso se dan los números de teléfono para volver a verse.

Este libro se lo recomiendo a los niños que les gusten las historias de todo tipo de clases, porque en el libro encontrarán seis y, muy interesantes. Te enganchan mucho.

Espero que os guste.

María del Mar Ortiz Martínez 1ºESO Grupo: B


El Espíritu de los hielos

Autora: Maite Carranza.

Otilia es una joven inglesa de 17 años (casi 18) que se ha ido de viaje a Groenlandia con un grupo de gente de su edad. Lo ha hecho para demostrar a sus padres con los que no se lleva bien que puede hacer lo que quiera, incluyendo estudiar periodismo, y para demostrarse a si misma de que sería una buena periodista, sale sola una noche de su hotel para investigar la realidad del puerto de Nuuk. Cuando entra en un bar se da cuenta de que su idea tal vez no era tan buena idea, sale de allí tan pronto como puede, y acaba con Anarfiq (un niño esquimal) y un espíritu de los hielos en un barco en el que surgen muchas aventuras entre ellas: termina secuestrando a su capitán del que está enamorada para poner a salvo al espíritu de los hielos de un científico que quiere capturarlo.

Es una aventura increíble,¡es genial!.

Este libro tiene fantasía, amor, aventuras, misterio, os lo recomiendo ...Además tiene un paisaje variado: Groenlandia, el Amazonas...

Miriam Gálvez 1º Bach.



11 marzo 2011

Alumnos más respetuosos del mes






¡Hola Chicos!
Un mes más habéis votado para elegir a los alumnos más respetuosos. Sabemos que os gusta que os premien esa buena educación y modales. Es la mejor tarjeta de presentación en la vida.



Esta encantadora hadita está preguntando en el Mundo de Fantasía
si ya lo saben.





Tenemos el honor de anunciar que ha sido:

Doña María del Mar Ortiz de 1º B

¡UN FUERTE APLAUSO Y NUESTRA ENHORABUENA!




En el Mundo de Fantasía ya lo están anunciando y este simpático elfo te ha traído tu diploma.





Tu nombre ha quedado registrado en el Libro de Honor.

¡FELICIDADES MARÍA DEL MAR!

y...¡ Gracias a todos por ser tan responsables en vuestras votaciones!



10 marzo 2011

Somos investigadores


¡Hola Chicos!

Ha llegado a nuestro centro un paquete para los alumnos de 1º A y B. La primera sorprendida he sido yo.
¿De quién podría ser? ¿De Lengua o Literatura?, ¿Algún duendecillo de Fantasía?
Al abrirlo nos hemos encontrado con fotografías de autores destacados de la Literatura y una carta. ¿De quién?....Pues, ¡no podía ser otro que...BURLÓN!

Aquí os la dejo para que la leáis


¡Hola enanos!

¡Sorprendidos! ¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!. Os creéis muy listos, ¿verdad? porque hasta ahora habéis hecho muy bien las cosas. ¡Que pronto habéis corregido todo¡. Sois todos unos "pringaíllos", que decís a todo que sí, "nenitos de Coral". Esa pesada que siempre os pone "Reflexiones", o ¿no?.....

¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!..... Os traigo una misión para demostraros lo poco que sabéis....

¡A ver! ¿Me vais a sorprender vosotros a mí?.... Voy a comprobar cúanto sabéis.

Aquí os dejo unas fotografías de autores literarios. Ellos no saben que les he hecho estas fotos, así que no creo que seáis "chivatillos" también.... o ¿sí?.... Bueno, a lo que voy.

Os las he dejado en un tamaño pequeño, lo he hecho adrede, ¡Ja! ¡Ja!....

Y aquí viene vuestra tarea: ¡TENDRÉIS QUE IDENTIFICARLOS LISTILLOOOS!

¡Hasta la próxima!


























¡Bueno Chicos! Esta es la tarea que os ha encomendado este travieso Burlón. Espero que no se salga con la suya y le demostréis que trabajáis muy bien.

¡Buena Suerte en vuestra tarea de investigación¡

¡Ah! para que haya un orden, identificar a los autores de izquierda a derecha y por filas.

08 marzo 2011

Trabajamos la Sintaxis (3º ESO)






¡Bueno Chicos!
En clase, también hemos trabajado el análisis de oraciones simples, y las estamos clasificando por la actitud del hablante y la naturaleza del predicado. Os toca demostrar todo lo que sabéis.

En los siguientes enlaces tenéis los ejercicios. ¡Suerte!


-La oración según la naturaleza del predicado

-Valores gramaticales de SE

Día de la Mujer (8 de Marzo)




¡Hola Chicos!

Hoy, día 8 de marzo, celebramos el Día de la Mujer Trabajadora.

Este año queremos homenajear a esa mujer dedicada a las tareas del hogar, a esa ama de casa silenciosa, callada y trabajadora. A esa mujer abnegada ,destinada a cocinar, limpiar, comprar, planchar, etc. y sin remunerar, sin considerar y valorar.

A esa GRAN TRABAJADORA EN SILENCIO VA NUESTRO RECONOCIMIENTO

Nos gustaría que leyeráis el relato de Rosamunde Pilcher, autora británica, que narra la grandeza de estas mujeres en su vida cotidiana. Después comentad qué os ha sugerido o qué pensáis sobre él.

Un día en casa

Después de un viaje de negocios por Europa que había abarcado cinco capitales, siete almuerzos con directores e incontables horas pasadas en salas de espera de aeropuerto, James Harner llegó a Heathrow desde Bruselas un miércoles por la tarde a principios de abril. Como era inevitable, llovía. La noche anterior no se había acostado hasta las dos de la madrugada, su gran cartera de mano pesaba como el plomo, y le parecía que se había resfriado.

Ver la lisa y afeitada cara de Roberts, el chófer de la agencia de publicidad que había ido a esperarle al aeropuerto, era la primera cosa alegre que le sucedía en todo el día. Roberts llevaba su gorra con visera, y se acercó a James para cogerle la maleta y decirle que esperaba que hubiera tenido un viaje agradable.

Fueron directos a la oficina, y James, después de echar una mirada superficial a su escritorio y entregar a su secretaria la botellita de perfume exento de impuesto que le había comprado como regalo, se encaminó por el pasillo a ver a su jefe.

—¡James! ¡Qué espléndido! Entra, amigo. ¿Cómo ha ido?

Sir Osborne Baske no sólo era el jefe de James, sino, también, un viejo y valioso amigo. Por lo tanto, las frases de cortesía eran innecesarias, y al cabo de media hora James le había contado más o menos brevemente qué había sucedido: qué empresa había demostrado interés, cuál se había mostrado reservada. Se guardó lo mejor para el final; las dos valiosas cuentas que ya estaban en el bolsillo: una empresa sueca que hacía muebles prefabricados, mercancía de calidad, pero en la categoría de precios ligeramente bajos, y una platería danesa muy antigua que se expandía con precaución por todos los países de la CEE.

Sir Osborne estuvo encantado y no podía esperar a dar la buena noticia al resto de los directores.

—El martes se reúne el consejo de administración. ¿Podrías tener para entonces un informe? El viernes, si es posible. El lunes por la mañana como muy tarde.

—Si mañana tengo un día despejado, podría tenerlo mecanografiado el viernes por la mañana, y por la tarde lo haría circular.

—Espléndido. Así pueden estudiarlo durante el fin de semana cuando no jueguen al golf. Y… —Pero hizo una pausa oportuna mientras James, sorprendido por un tremendo estornudo, buscaba su pañuelo y se sonaba—. ¿Te has resfriado, muchacho?

Parecía nervioso, como si James ya pudiera haberle infectado. No le gustaban los resfriados, no más que las cinturas grandes, los pesados almuerzos de trabajo o los ataques al corazón.

—Al parecer sí —admitió James.

—Mmm. —El presidente se quedó pensativo—. Te diré lo que haremos: ¿Por qué no te quedas un día en casa? Tienes aspecto cansado, y tendrás más oportunidad de redactar ese informe en paz sin las interminables interrupciones de aquí. Deja que Louisa te vea un poco, después de pasar tantos días fuera. ¿Qué dices a ello?

James dijo que le parecía una idea espléndida, cosa que era cierta.

—Entonces, hecho. —Sir Osborne se puso de pie, terminando la entrevista bruscamente antes de que más gérmenes pudieran ser lanzados al aire estéril de su suntuoso despacho—. Si te vas ahora, estarás en casa antes de la hora punta del tráfico. Nos veremos el viernes por la mañana. Y yo de ti cuidaría ese resfriado. Whisky y limón, caliente, antes de acostarte. No hay nada mejor.

Catorce años atrás, cuando James y Louisa se casaron, se instalaron en Londres, en un piso bajo en South Kensington, pero cuando Louisa quedó embarazada del primero de sus dos hijos, tomaron la decisión de mudarse al campo. Con algunos juegos malabares financieros lo habían conseguido, y ni por un solo momento James lo había lamentado. El largo viaje de una hora dos veces al día para ir al trabajo y regresar le parecía un escaso precio que pagar por la antigua casa de ladrillo rojo y el amplio jardín, y el simple gozo, cada tarde, de regresar a casa. El viaje, aun por carreteras llenas de tráfico, no le desanimaba. Al contrario, la hora que pasaba en coche él solo le servía para desconectar, para dejar atrás los problemas del día.

En invierno, cuando era oscuro, cruzaba la verja del jardín y veía, a través de los árboles, la luz encendida sobre la puerta principal. En primavera, el jardín estaba inundado de narcisos; en verano, quedaba el largo atardecer. Una ducha y ponerse una camisa con el cuello desabrochado y alpargatas, refrescos en la terraza bajo la florida glicina azul, y el sonido de las palomas procedente del bosque al fondo del jardín.

Los niños montaban en bicicleta en torno al césped y subían y bajaban la escalera de cuerda que colgaba de su casa en el árbol, y los fines de semana el lugar solía verse invadido por amigos, o vecinos o refugiados de Londres, que llevaban a sus familias y a sus perros, y todo el mundo holgazaneaba con los periódicos del domingo, o se dedicaba a jugar partidos amistosos de golf en el césped.

Pero el verdadero milagro era que todo esto lo lograba discretamente. James había estado en otras casas donde la mujer de la casa se pasaba el día con aspecto agobiado, siempre limpiando y ordenando, encerrándose en la cocina y apareciendo dos minutos antes de servir la comida, agotada y malhumorada. No era que Louisa no entrara nunca en la cocina, sino que la gente tenía tendencia a entrar detrás de ella, con su bebida o su labor de punto, y no les importaba cuando ella les daba judías para limpiar o les pedía que hicieran la mayonesa. Los niños entraban y salían del jardín, y ellos también se quedaban, ayudaban a desenvainar guisantes o a hacer pequeñas galletas con los recortes de pasta de la tarta de manzana.

A veces se le ocurría a James que la vida de Louisa, comparada con la suya, debía de ser muy aburrida.

—¿Qué has hecho hoy? —le preguntaba cuando llegaba a casa. Pero ella siempre respondía:

—No gran cosa.

Seguía lloviendo, y la tarde se puso muy oscura. James llegó a Henborough, la última pequeña ciudad de la carretera principal antes de torcer hacia el pueblo. El semáforo se puso rojo, y James detuvo el coche enfrente de una floristería. Dentro vio macetas con tulipanes rojos, fresias, narcisos. Se le ocurrió comprarle flores a Louisa, pero entonces el semáforo se puso verde y él se olvidó de las flores y siguió adelante con el resto del tráfico.

Todavía había luz cuando entró en el sendero entre los macizos de rododendros. Metió el coche en el garaje, apagó el motor, recogió su equipaje del maletero y entró por la puerta de la cocina. Rufus, un spaniel entrado en años, soltó un leve ladrido de aviso desde su cesta, y la esposa de James levantó la vista, sentada ante la mesa de la cocina, donde se tomaba una taza de té.

—¡Cariño!

Qué maravilloso recibir tan buena bienvenida.

—Sorpresa, sorpresa.

James dejó la maleta en el suelo y ella se levantó, se encontraron en medio de la habitación y se perdieron en un enorme abrazo. A través de su viejo jersey azul notó los frágiles huesos de sus costillas. Ella desprendía un olor delicioso.

—Llegas temprano.

—Me he escapado antes de la hora punta.

—¿Cómo está Europa?

—Sigue en su sitio. —Él la soltó—. Ocurre algo.

—¿Qué podría ocurrir?

—Dímelo. No hay bicicletas abandonadas en medio del garaje, no se oye hablar con voces muy agudas, no hay pandillas correteando por el jardín. No hay niños.

—Han ido a Hamble, a pasar la noche con Helen. —Helen era hermana de Louisa—. Ya sabías que iban a ir.

Lo sabía. Sencillamente lo había olvidado.

—Creía que probablemente los habías asesinado y enterrado en el montón de abono.

Ella frunció el ceño.

—¿Te has resfriado?

—Sí. Lo cogí en algún lugar entre Oslo y Bruselas.

—Oh, pobrecito.

—Nada de pobrecito. Eso significa que mañana no voy a ir a Londres. Voy a quedarme aquí, junto a mi esposa, a escribir mi informe de la CEE en la mesa del comedor. —La besó de nuevo—. Te he echado de menos, ¿lo sabías? Realmente te he echado de menos. Increíble. ¿Qué hay para cenar?

—Bistec.

Cada vez mejor. Se lo dijo. Abrió su cartera de mano y le entregó la botella de perfume (de un tamaño más grande que el de su secretaria), recibió su abrazo de agradecimiento y luego se fue al piso de arriba, a deshacer el equipaje, desvestirse y darse un baño caliente.

A la mañana siguiente, James despertó a un pálido sol y un maravilloso silencio quebrado sólo por el piar de los pájaros. Abrió los ojos y vio que se hallaba solo en la cama, y únicamente la almohada aplastada daba fe de la presencia de Louisa. Se dio cuenta, con cierta sorpresa, de que no podía recordar cuándo se había tomado un día libre durante la semana. Deleitándose con la ociosidad, se sintió joven, como un escolar con un inesperado día de vacaciones. Metió una mano debajo de la almohada y sacó su reloj; vio que eran las ocho y media. ¡Qué dicha! El whisky caliente con limón consumido la noche anterior había hecho efecto, y su resfriado había mejorado. James se levantó, se afeitó y se vistió, y bajó a la planta baja; encontró a su esposa en la cocina, tomando café.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó ella.

—Como si hubiera vuelto a nacer. El resfriado ha desaparecido.

Ella se acercó a la cocina.

—¿Huevos con tocino?

—Perfecto.

Cogió el periódico de la mañana. Normalmente, lo leía cuando regresaba a casa por la tarde. Había algo casi obscenamente lujoso en leerlo con tranquilidad en la mesa del desayuno de su casa. Pasó revista al mercado bursátil, el criquet, y finalmente los titulares. Louisa empezó a llenar el lavaplatos.

—¿La señora Brick no llena el lavaplatos?

La señora Brick era la esposa del fontanero del pueblo, que ayudaba a Louisa con el trabajo de la casa. Una de las cosas buenas del sábado por la mañana era que iba la señora Brick, para ir de un lado a otro tras el aspirador y llenar la casa con el buen olor de la cera para suelos.

—La señora Brick no viene los jueves. Tampoco viene los miércoles ni los lunes.

—¿Nunca lo ha hecho?

—Nunca. —Louisa le puso los huevos con tocino delante y le sirvió una gran taza de café solo—. Encenderé la calefacción en el comedor. Está helado.

Se marchó, presumiblemente a ocuparse de esto. Después, el ruido del aspirador perturbó el aire matinal. «Trabaja», parecía decir. «Trabaja, trabaja.» James captó la indirecta, recogió su cartera de mano y su calculadora y se fue al comedor. El sol de la mañana penetraba a raudales a través de las grandes ventanas. Abrió la cartera y esparció su contenido sobre la mesa. Esto, pensó, poniéndose las gafas, es vida. Nada de interrupciones, nada de teléfono.

Al instante sonó el teléfono. Él levantó la cabeza y oyó que Louisa iba a cogerlo. Largo rato después, le pareció, se oyó un simple clic cuando la conferencia terminó. El aspirador reanudó su zumbido. James volvió a su trabajo.

Después hubo un nuevo ruido que quebrantó el silencio de la mañana. De algún lugar distante venía un zumbido, que, tras considerarlo, James identificó como la lavadora. Escribió: Norte de Inglaterra. Cobertura total.

Y luego, casi seguidas, otras dos llamadas telefónicas. Louisa se ocupó de ellas, pero la cuarta vez que sonó, ella no fue a cogerlo. James trató de hacer caso omiso de los insistentes timbrazos, pero al cabo de un rato, exasperado, retiró la silla de la mesa y cruzó el vestíbulo para ir al salón.

—¿Sí?

Una tímida voz dijo:

—Ah, hola.

—¿Quién es? —preguntó James con brusquedad.

—Bueno, quizá me he equivocado de número. ¿Es ahí Henborough 384?

—Sí, aquí es. Soy James Harner.

—Quería hablar con la señora Harner.

—No sé dónde está.

—Yo soy la señorita Bell. Llamo por lo de las flores de la iglesia para el próximo domingo. La señora Harner y yo siempre nos ocupamos juntas de las flores, sabe, y he pensado que quizá no le importaría si le pedía que este domingo lo hiciera con la señora Sheepfold, y entonces yo lo haría la semana próxima con la esposa del rector. Verá, es la hija de mi hermana…

Le pareció que era hora de detener el flujo.

—Oiga, señorita Bell, si espera un momento, veré si puedo encontrar a Louisa. No cuelgue. Tardaré un minuto.

Dejó el receptor y salió al vestíbulo.

—¡Louisa! —No recibió respuesta. Entró en la cocina—. ¡Louisa!

Un débil grito le llegó desde detrás de la puerta trasera. Salió y vio a su esposa en el patio trasero, tendiendo lo que parecía la ropa de una lavandería china.

—¿Qué ocurre?

—La señorita Bell está al teléfono —dijo él. Entonces, cambiando de tema, sonrió—: Dígame, señora Harner, ¿cómo es que tiene su colada tan blanca?

Louisa le siguió la corriente.

—Oh, utilizo «Sploosh» —respondió con la débilmente lastimosa voz de la mujer del anuncio que aparecía en la televisión—. Incluso los paños menores de mi esposo quedan resplandecientes, y todo huele a fresco. ¿Qué quiere la señorita Bell?

—Algo referente a la hija de su hermana y a la esposa del vicario. Ese teléfono no ha dejado de sonar en toda la mañana.

—Lo siento.

—En absoluto. Pero estoy muerto de curiosidad por saber por qué eres tan popular.

—Bueno, la primera llamada ha sido de Helen, para decir que los niños seguían vivos. Y luego ha sido el veterinario para decir que a Rufus le toca otra inyección. Y después ha llamado Elizabeth Thompson, que quiere que vayamos a cenar el próximo martes. ¿Le has dicho a la señorita Bell que la telefonearía?

—No, le he dicho que esperara. Está esperando.

—Oh, James. —Louisa se secó las manos en el delantal—. ¿Por qué no me lo has dicho?

Louisa entró en casa. James intentó tender un calcetín o dos, pero era un trabajo aburrido y complicado, así que lo dejó y volvió a su improvisado escritorio.

Escribió otro encabezamiento y lo subrayó en rojo. Eran casi las diez y media, y se preguntó si Louisa se acordaría de llevarle una taza de café.

A mediodía, no pasó por alto la necesidad de tomar algo. James dejó la pluma, se quitó las gafas y se recostó en la silla. Todo estaba en silencio. Se puso de pie, salió al vestíbulo, y se quedó al pie de la escalera aguzando el oído, como un perro esperando salir a pasear.

—¡Louisa!

—Estoy aquí.

—¿Dónde es aquí?

—En el cuarto de baño de los niños.

James subió para ir a su encuentro. La puerta del cuarto de baño de los niños estaba cerrada, y cuando él la abrió, la voz de Louisa le advirtió:

—Ve con cuidado.

Eso hizo, asomando la cabeza con precaución por el borde de la puerta. Había trapos de limpiar el polvo en el suelo y la escalera de tijera estaba abierta, y encaramada en lo alto se encontraba su esposa, pintando la galería de madera que había en la parte superior de la ventana. La ventana estaba abierta, pero aun así el olor a pintura era muy fuerte. También hacía muchísimo frío.

James sintió un escalofrío.

—¿Qué demonios haces?

—Pinto la galería.

—Ya lo veo. Pero, ¿por qué? ¿No estaba bien?

—Nunca la habías visto porque estaba tapada con una especie de volante con borlas.

Él recordó aquella especie de volante. Preguntó:

—¿Qué le ha pasado?

—Bueno, como los niños están fuera, he decidido que era buen momento para lavar las cortinas del cuarto de baño, y eso he hecho, y también he lavado la galería, pero tenía una especie de forro y se ha puesto todo pegajoso, y todas las borlas han empezado a caer, así que las he tirado a la basura y ahora estoy pintando la galería para que haga juego con el resto de pintura y así no se verá.

James pensó en ello y dijo:

—Entiendo.

—¿Querías algo?

Era evidente que quería proseguir con la tarea.

—No, realmente no. Sólo que he pensado que me iría bien una taza de café.

—Oh, lo siento. No se me ha ocurrido. Nunca me hago café para mí si no está la señora Brick.

—Ah, bueno. No importa. De todos modos —añadió esperanzado—, pronto será la hora de almorzar.

Empezaba a tener hambre. Volvió a su informe, cogiendo una manzana del frutero del aparador. Volvió a instalarse, y esperó que el almuerzo fuera algo caliente y sustancioso.

Pronto oyó que Louisa bajaba la escalera, con precaución, lo que significaba que llevaba la escalera de tijera y la lata de pintura, lo cual, a su vez, significaba que había terminado de pintar la galería. Oyó que se abrían y cerraban cajones en la cocina, tintineo de platos, el zumbido de una batidora. Después un delicioso olor se filtró hasta donde trabajaba James: cebolla frita, pimientos verdes, suficiente para que los jugos gástricos de cualquier hombre se pusieran en marcha. Terminó su párrafo, trazó otra línea, y decidió que se había ganado un trago.

En la cocina, se puso detrás de Louisa cuando ésta permanecía ante el fogón, le rodeó la cintura con los brazos y atisbo por encima de su hombro el delicioso guiso que ella removía.

James dijo:

—Parece que hay mucho para dos personas.

—¿Quién dice que es para dos personas? Es para veinte.

—¿Quieres decir que esperamos a dieciocho invitados a almorzar?

—No, quiero decir que vamos a tener veinte invitados el domingo del fin de semana que viene no, el otro.

—Pero lo cocinas ahora.

—Sí, lo sé. Es musaca. Y cuando termine, la meteré en el congelador, y luego, la víspera de la fiesta, lo sacaré y ya está.

—¿Pero qué vamos a comer hoy para almorzar?

—Puedes comer lo que quieras. Sopa. Pan. Queso. Un huevo duro.

—¿Un huevo duro?

—¿Qué esperabas?

—Cordero asado. Costillas. Tarta de manzana.

—James, nunca tomamos almuerzos tan copiosos.

—Sí lo hacemos. Los fines de semana.

—Los fines de semana son diferentes. Los fines de semana tomamos huevos revueltos para cenar. Los días laborables es al revés.

—¿Por qué?

—Para que puedas tomar una buena comida por la noche cuando vienes cansado de la oficina. Por eso.

Fue tajante. James suspiró y la observó poner especias en la musaca. Sal, pimienta, un pellizco de hierbas mezcladas. Sus jugos gástricos volvieron a ponerse en marcha. Preguntó:

—¿No podría tomar un poquito de eso para almorzar?

Louisa respondió:

—No.

Él pensó que era muy mezquina. Para animarse, sacó hielo del frigorífico y se sirvió un reconfortante gintónic. Con el vaso en la mano se dirigió al salón, con la intención de sentarse junto al fuego y terminar de leer el periódico de la mañana hasta que el almuerzo estuviera preparado.

Pero en el salón la chimenea no estaba encendida y el ambiente estaba frío y sombrío.

—¡Louisa!

—¿Sí?

¿Era su imaginación, o estaba empezando ella a parecer un poquitín impaciente?

—¿Quieres que te encienda la chimenea?

—Bueno, si quieres hazlo, pero, ¿no es una pena que se desperdicie si ninguno de los dos vamos a estar allí?

—¿No vendrás a sentarte aquí esta tarde?

—Creo que no —dijo Louisa.

—¿A qué hora sueles encenderla?

—Normalmente hacia las cinco. —Volvió a decirle—: Puedes encenderla si quieres.

Pero, perversamente, no lo hizo. Le resultaba una especie de placer masoquista acomodarse en un sillón y leer el editorial del periódico.

Al final, el almuerzo resultó mejor de lo que él había temido. Una rica sopa de verduras, crujiente pan moreno, mantequilla de granja, un poco de queso Stilton, una taza de café. Encendió un puro pequeño, sólo para redondear el almuerzo.

—¿Cómo te va? —preguntó Louisa.

—¿Cómo me va qué?

—El informe.

—Tengo hechas unas dos terceras partes.

—Qué inteligente eres. Bueno, te dejaré tranquilo, y así podrás proseguir sin interrupciones.

—¿Dejarme? ¿Por quién vas a dejarme? Dime el nombre de tu amante.

—No tengo ningún amante, pero tengo que sacar a pasear a Rufus, así que iremos a visitar al carnicero y recogeré el cordero que me prometió.

—¿Cuándo vamos a comer cordero? ¿En Navidad?

—No, esta noche. Pero si vas a mostrarte sarcástico, puedo meterlo en el congelador hasta que te sientas mejor dispuesto.

—No te atrevas. ¿Qué más vamos a tomar?

—Patatas nuevas y guisantes congelados. ¿Nunca piensas en nada más que en comida?

—A veces pienso en bebidas.

—Eres un glotón.

—Soy un gurmet. —Le dio un beso. Se quedó pensativo y dijo—: Me resulta extraño besarte durante las comidas. No te beso a menudo en la mesa.

—Es porque no tenemos a los niños —dijo Louisa.

—Hagámoslo más veces. Deshacernos de ellos, quiero decir. Si tu hermana Helen no puede tenerlos, los meteremos en la perrera.

Aquella tarde, sin Louisa, sin el perro, sin niños, invitados ni ninguna clase de actividad, la casa se hallaba completamente muerta. El silencio era atronador, desconcertante como un sonido continuo e inexplicado. Desde donde trabajaba, James oía el sordo tictac del reloj del vestíbulo. Pensó que así era para Louisa casi siempre, al estar él en Londres y los niños en la escuela. No era extraño que le hablara al perro.

Cuando por fin ella regresó, el alivio fue tan grande que tuvo que contenerse para no ir a saludarla. Quizás ella lo percibió, pues unos instantes después asomó la cabeza por la puerta y le llamó. Él hizo ver que le había pillado desprevenido.

—¿Qué ocurre?

—Si quieres algo, estaré en el jardín.

James había esperado que iría a encender la chimenea y se sentaría junto al fuego, haciendo tapiz y esperando a que él se reuniera con ella. Se sintió decepcionado.

—¿Para qué vas al jardín?

—Voy a arreglar el macizo de rosas. Es el primer día que tengo ocasión de hacerlo. Pero si viene alguien en una camioneta y llama a la puerta, ¿podrías ir a abrir o decírmelo?

—¿Esperas compañía?

—El cuñado de la señora Brick dijo que vendría esta tarde si podía.

El cuñado de la señora Brick era desconocido para James.

—¿Qué pretendes hacer con él?

—Bueno, tiene una sierra de cadena. —James miró a Louisa, absolutamente confuso, y ella se impacientó—. Oh, James, te lo dije. Una de las hayas del bosque ha caído, y el granjero dijo que podía utilizar las ramas rotas para hacer leña, si conseguía que alguien me las cortara. Así que la señora Brick me dijo que vendría su cuñado. Te lo dije. El problema es que nunca escuchas nada de lo que digo, y si escuchas, no lo oyes.

—Haces unos ruidos como una esposa —le dijo James.

—Bueno, ¿qué esperas? De todos modos, mantén los oídos abiertos por mí. Sería exasperante que viniera y se marchara, creyendo que no había nadie en casa.

James estuvo de acuerdo en que sería exasperante. Louisa cerró la puerta y se marchó. Un poco más tarde, la vio con botas de goma, metida entre los rosales. Rufus estaba sentado junto a la carretilla y la miraba. Estúpido perro, pensó James. Al menos podría ayudar.

El informe le reclamaba una vez más. No podía recordar nada que le hubiera llevado tanto tiempo terminar. Pero al fin se embarcó en el resumen final, y estaba luchando por encontrar una frase particularmente redonda cuando su paz se vio turbada por el rechinante ruido de alguna antigua pieza de maquinaria que se acercaba. Entró en el sendero y se detuvo en la parte trasera de la casa, donde siguió vibrando mientras el conductor —que, era evidente, no quería arriesgarse a parar el motor hasta estar seguro de que iba a quedarse— llamó al timbre de la puerta trasera.

La frase redonda se perdió para siempre. James se levantó y fue a responder a la llamada. En el umbral de la puerta se encontró cara a cara con un hombre alto y guapo, con el cabello cano y la cara rubicunda, vestido con pantalones de pana y una chaqueta de tweed. Detrás de él, zumbando y vibrando, y emitiendo nubes de gases nocivos, se hallaba un desvencijado camión azul, generosamente recubierto de barro y estiércol.

El hombre poseía unos ojos azules excepcionalmente brillantes e imperturbables.

—¿La señora Harner?

—No, no soy la señora Harner. Soy el señor Harner.

—Es a la señora Harner a quien busco.

—¿Es usted el cuñado de la señora Brick?

—Eso es. Me llamó Redmay. Josh Redmay.

James se sentía desconcertado. No tenía aspecto de ser pariente de la señora Brick. Más bien, con sus ojos azules y su actitud de alcázar, se asemejaba a un almirante retirado, y, además, no acostumbrado a tratar con los marineros de la cubierta inferior.

—La señora Harner está en la parte delantera de la casa, en el jardín. Si quiere…

—He traído la sierra de cadena. —El señor Redmay no tenía tiempo para trivialidades—. ¿Dónde está el árbol?

Habría sido espléndido decirle: «Dos grados Oeste de Sudoeste.» Pero James sólo pudo decir:

—No estoy muy seguro, pero mi esposa le acompañará.

El señor Redmay lanzó a James una larga mirada escrutadora y James, cuadrándose de hombros y levantando la barbilla, consiguió poner la suya a la misma altura. Entonces el señor Redmay giró sobre sus talones, volvió a su vehículo manchado de barro, entró en la cabina y paró el motor. Se hizo un silencio y el camión dejó de vibrar, pero el olor a tubo de escape permaneció, dolorosamente evidente. De la parte trasera sacó la sierra de cadena y una lata de gasolina. Al ver la hoja, la mandíbula de un tiburón llena de dientes, James sintió cierta aprensión, visitado por imágenes de pesadilla de Louisa sin dedos.

—Señor Redmay…

El cuñado de la señora Brick se volvió. James se sentía como un tonto pero no le importó.

—No deje que mi esposa se acerque demasiado a eso, por favor.

La expresión del señor Redmay no cambió. Movió la cabeza en dirección a James, se colgó la sierra de cadena al hombro y desapareció tras la esquina de la casa. Al menos, pensó James volviendo a entrar, no me ha escupido.

A las cinco menos cuarto el informe estaba terminado. Leído y releído, corregido, puesto en orden y grapado. Con cierta satisfacción, James lo metió en su cartera de mano y la cerró de golpe. Mañana por la mañana su secretaria lo pasaría a máquina. Por la tarde, habría una copia en la bandeja de entradas de todos los directores de la empresa.

Estaba cansado. Se desperezó y bostezó. En el otro extremo del jardín la sierra de cadena seguía gimiendo. Se levantó y fue al salón, cogió la caja de cerillas de la repisa de la chimenea y encendió el fuego; luego fue a la cocina, llenó una tetera y puso el agua a hervir. Vio la cesta de la ropa limpia sobre la mesa, ropa que esperaba a ser planchada. Vio el bol de patatas peladas, y sobre la cocina, una cacerola hervía a fuego lento; cuando levantó la tapa, le inundó la fragancia de una sopa de espárragos. Su favorita.

La tetera hervía. Preparó té, encontró tazas, una botella de leche, un paquete de terrones de azúcar. Rebuscó entre las latas de pasteles y encontró un pastel de frutas enorme. Cortó tres considerables rodajas, y luego lo colocó todo en una bandeja, se puso una vieja chaqueta y salió de la casa.

La media tarde era tranquila y apacible, el aire húmedo olía a fresco, a tierra y a cosas que crecían. James cruzó el césped, el prado y la valla para penetrar en el bosque. El grito de la sierra se hizo más fuerte y encontró a Louisa y al señor Redmay sin dificultad. El señor Redmay había construido un improvisado caballete con un tocón de árbol, y los dos trabajaban juntos: el señor Redmay manejaba la sierra y Louisa le iba dando ramas, para ser convertidas, en cuestión de segundos, en montones de leña. El aire estaba lleno del aroma del serrín.

James pensó que parecían muy ocupados y amistosos, y sintió una pequeña punzada de celos. Quizá cuando se retirara del mundo de la publicidad él y Louisa pasarían sus años crepusculares juntos, cortando leña.

Louisa levantó la mirada y le vio acercarse. Habló al señor Redmay, y al cabo de un instante la sierra fue desenchufada, muñéndose el grito de su hoja. El señor Redmay se irguió y se volvió para mirar a James.

Éste se acercó con la bandeja, sintiéndose como si fuera la esposa del granjero. Dijo:

—Me ha parecido que era hora de que todos tomáramos una taza de té.

Era muy agradable, estar sentado en el bosque al atardecer, tomando té y comiendo pastel de frutas, y escuchando a las palomas que volaban. Louisa parecía cansada, pero se apoyó en el hombro de James y dijo con gran satisfacción:

—Míralo. ¿Habrías creído que podíamos sacar tanta leña sólo de unas ramas?

—¿Cómo vamos a llevarla a casa? —preguntó James.

—Lo he arreglado con su señora —dijo el señor Redmay, chupando de su cigarrillo—. Pediré prestado un tractor y un remolque al granjero y lo cargaremos en él. Quizá mañana. Ahora está oscureciendo. Será mejor que demos el día por acabado.

Recogieron los utensilios del té y se encaminaron a la casa. Cuando llegaron a ella, Louisa subió a darse un baño, pero James invitó al señor Redmay a entrar y tomar una copa; el señor Redmay aceptó al instante, y se sentaron junto al fuego del salón. Cada uno se tomó un par de whiskies, y cuando el señor Redmay se marchó a su casa, eran los mejores amigos.

—Si no le importa que se lo diga —dijo el señor Redmay—, su esposa es una entre un millón. —Subió a la cabina de su camión y cerró la puerta—. Si alguna vez quiere deshacerse de ella, hágamelo saber. Siempre puedo encontrar un trabajo para un buen trabajador.

Pero James dijo que no quería deshacerse de ella. Todavía no.

Cuando el señor Redmay se hubo marchado, James entró en casa y subió al piso de arriba; Louisa había salido de la bañera y se había puesto la bata azul de terciopelo con el cinturón atado a su estrecha cintura. Se estaba cepillando el pelo. Dijo:

—No te he preguntado por el informe. ¿Está hecho?

—Sí. Terminado. —Se sentó en el borde de la cama y se aflojó la corbata. Louisa se puso un poco de perfume y se acercó a él para besarle en la coronilla—. Cuánto has trabajado —le dijo; salió de la habitación y bajó la escalera.

Él permaneció un momento allí sentado; luego, terminó de desvestirse y se dio un baño. Cuando bajó, ella había quitado la cesta de ropa limpia, pero James pudo oler la fragancia de la ropa recién planchada. Cuando pasó por delante del comedor, vio a Louisa poner la mesa. Se detuvo para observarla. Ella levantó la mirada, le vio allí y le preguntó:

—¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?

—Debes de estar cansada.

—No especialmente.

Él dijo, como decía cada noche:

—¿Quieres una copa?

Y Louisa respondió, como hacía cada noche:

—Me apetecería una copa de jerez.

Volvían a su rutina habitual.

Nada había cambiado. A la mañana siguiente, James fue a Londres, pasó el día en la oficina, almorzó en un pub con uno de los jóvenes redactores publicitarios y regresó —en el sólido río de tráfico habitual— al campo, al atardecer. Pero no fue directo a casa. Detuvo el coche en Henborough, bajó y entró en la floristería, donde compró a Louisa un gran ramo de frágiles junquillos amarillos, tulipanes rosa pálido, lirios azul violeta. La vendedora lo envolvió en papel de seda, y James pagó, se lo llevó a casa y se lo dio a Louisa.

—James… —Parecía asombrada. Él no tenía costumbre de llevarle ramos de flores—. Oh, son muy bonitas. —Hundió el rostro en las flores, aspirando el perfume de los junquillos. Luego levantó la cabeza—. Pero, ¿por qué…?

«Porque eres mi esposa. La madre de mis hijos, el corazón de mi casa. Eres el pastel de fruta en la despensa, las camisas limpias en el cajón, la leña en la cesta, las rosas en el jardín. Eres las flores de la iglesia y el olor a pintura del cuarto de baño, y la niña de los ojos del señor Redmay. Y te quiero.»

Dijo:

—Por ninguna razón en particular.

Ella se puso de puntillas para besarle.

—¿Cómo te ha ido el día?

—Bien —dijo James—. ¿Y a ti? ¿Qué has hecho?

—Oh —respondió Louisa—. No gran cosa.

Rosamunde Pilcher, Alcoba azul y otros historias.

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