Mensaje de Bienvenida

¡Hola a todos!

Iniciamos esta nueva aventura acompañados de dos grandes amigas que iremos conociendo a lo largo del curso. ¿Os las presento?. Son Lengua y Literatura. Lo primero que haremos, además de aprender muchas cosas, es personificarlas.
¿ Recordáis lo que era una personificación?...

08 julio 2011

Lectura. El final de "Pacto"


Aquí os dejamos los capítulos que quedan de "PACTO".
Cuando lo terminéis poned vuestra opinión.

¡Felices vacaciones!




X. Primera cita
A la semana siguiente del accidente, el viernes por la tarde, habían quedado Gabriel y María para ir al cine. Una cita por decantación. Tantas veces estuvieron a punto de hacerlo… En otras ocasiones salieron juntos, pero con más compañeros: cumpleaños, visitas a la biblioteca, compras para proyectos en grupo del instituto, baños de pandilla en la playa... Situaciones corrientes de edades infantiles y adoslescentes. Ahora, había cambiado todo. Cada vez pesaba más el sentimiento entre ellos que lo que tenían que hacer. Se estremecían cuando estaban cerca y olvidaban todo lo demás. Estaban experimentando el enamoramiento. Esa sensación tan encantadora y embaucadora que casi nunca es perenne. Que cuando lo es, se convierte en verdadero amor. Un estado que hace flotar, que te transporta a una región de susceptibilidad arrebatadora. Una hipnosis dirigida por el grado de aceptación de la pareja: si eres correspondido, te hacen el ser más feliz, pero si no lo eres, el más desgraciado. Estos humanos, estomagantes y espernibles, buscan el amor como el culmen de las relaciones e imitan a la esencia de su Todopoderoso, pero no les basta con el trato filial y de amistad. Al final, lo más ruin, la parte física del hombre y la mujer se impone: ¿dónde está la pureza?
—Me he adelantado un poco para sacar las entradas. No me gusta que me den butacas cercanas a la pantalla.
—Toma, cóbrate Gabriel.
—No, yo te invito. Así, otro fin de semana te toca a ti.
—Vale, de acuerdo. Me parece bien lo de la compensación. ¿Entonces tú no me invitarías si yo no te pago otro día el cine? Vaya caballero.
—Eso tiene defender con tanto ahínco la postura feminista. ¿Te acuerdas ayer en clase la que armaste?
—Y la volvería a armar. ¿A ti te parece bonito que los puestos importantes estén ocupados por hombres en más de un noventa por ciento y que cobren más en igualdad de desempeños? ¡Eso es machismo y ya está!
—Sabes que estoy a favor de lo que dices. Pero todo tiene una explicación. El desarrollo de la sociedad es ése y creo que va cambiando poco a poco. Hubo otras culturas que eran matriarcales y, seguramente, habría hombres que tenían tu mismo discurso en la boca, con las diferencias de cada época.
—Sí, pero para mover las estructuras hay que luchar, no es suficiente quejarse o, aún peor, resignarse.
—Te veo en grandes carteles: ¡Vote a María Sánchez! La desigualdad tiene sus días contados.
—Creía que ibas a decir en cartelera, protagonizando un film con un actor muy guapo que me tratase como a una reina y que me amara de verdad: como mujer y persona.
—Hasta para el amor incorporas lo de persona. ¿No crees que si te ama, simplemente te ama y ya está?
—Depende de cómo lo mires. Estamos hablando de reivindicaciones sociales y de amor de pareja; que sí, que son dos cuestiones distintas.
—¿Te digo una cosa?
—¿Qué?
—Que me gustaría ser ese galán de tu película. Que llevo unos días pensando en ti continuamente. Desde que fui a tu casa para ver a tu madre, me encuentro perdido por ti. No sé cómo no me he dado cuenta antes. Nos conocemos desde sexto, en San José, con don Valeriano; ¿te acuerdas? Llevamos casi cuatro años juntos y…
—Para, para. No eres tú el único que experimenta sensaciones raras. Yo también te percibo distinto. Me sobresalto y me veo como una esquizofrénica que te contempla de dos formas: una, el Gabriel de toda la vida, y otra, ése del que creo que tú me estás hablando.
—No tenía que haber comprado los billetes. Mira, la cola ya ha entrado.
—Quién sabe. A lo peor no hubiéramos mantenido esta conversación. ¡Galán de mi vida!
—Te lo tomas a guasa, pero llevas toda la razón. No es fácil decir lo que se siente y, además, estoy sudando, y nervioso como un rabo de lagartija.
—Entremos dentro y veamos la película, que creo que es buena.
La relación se había iniciado. Sin decir más, ambos comprendían estar hechos el uno para el otro. Nada ni nadie se interpondría en su camino. Se dejarían la piel por defender su amor: eso tan fascinante que mueve el mundo. Ese vínculo invisible, que dicen, que genera la vida. ¡Menudos pedantes vanidosos!
En ese intervalo continuo amor-odio que esquematiza en esencia la gran batalla de la creación: el Bien y el Mal, ¿será realmente posible que haya un absoluto triunfador? ¿Que no quede ningún ápice del adversario para que resurja de sus cenizas? ¿Que resulte totalmente devastado, aniquilado y muerto? No lo sé. Hasta ahora, siempre que se inclina la balanza con claridad a un lado surge una fuerza contraria que lo contrarresta. Quizá sea el sino eterno: ni vencedor ni vencido, y lo del Apocalipsis una contra-propaganda más. No lo sé; al menos quisiera saber que no soy un títere, una sombra o un simple espantajo que entretiene a su Divinidad.

XI. El miembro nº 13
Se dan situaciones rocambolescas que la casualidad te pone a los pies. Viendo que pasaban los días y que Rebeca estaba mejor físicamente, tanto el padre como María, e incluso Pedro, deseaban que ocurriera del mismo modo en el campo afectivo. Pero observaban que no era la misma, que no los recibía con alegría, que no manifestaba ningún sentimiento, que no se hacía cargo de nada… Resultaba una autómata que gozaba de buena salud. Ese tiempo prudente de espera había pasado y el aspecto psíquico era un desastre. Por apuro, no hablaban del asunto entre ellos, hasta que un día, Pedro le dijo a María:
—Mamá no nos quiere.
—¡Cómo dices eso! Lo que pasa es que todavía tiene secuelas del accidente.
—No, María. No me dice nunca nada. No me da besos de buenas noches, ni para ir al colegio, ni...
—Vale. Hablaré esta tarde con papá; a ver qué dice. Pero tú no pienses tonterías. Ven —abrazó al hermano y le dio un puñado de besos.
María sabía que su hermano tenía razón. No era normal el comportamiento de su madre. Se quedó sollozando y no se atrevió a subir para hablar con ella. Algo en su interior le avisaba de que con su madre las cosas habían cambiado, y se preguntaba con temor e insistencia si la situación tendría arreglo. Con lo feliz que estaba de su cita con Gabriel y la mala suerte de soportar este dramón en casa. Nunca es perfecta la dicha.
Cuando llegó Hugo a casa, esperó a que se fuese al despacho para entrar y hablar con él, a solas.
—Papá, quiero decirte... ¡Mamá no está bien! Tú lo sabes como nosotros. Lo que deseo saber es si se va a curar o te han dicho algo más en el hospital —le decía con un ánimo que decaía paulatinamente hasta que desencadenó en llanto.
—Cariño, no llores. A ver, debemos dar más tiempo. Yo sé lo mismo que tú. Sí es cierto que mamá no está como antes. Quizá algún golpe en la cabeza que haya pasado desapercibido a los médicos, algo…
Él sabía con seguridad que el cambio de Rebeca provenía del país de los muertos, era un regalo del Diablo; a menudo, estos envíos presentan taras y dificultades, lamentablemente, en su caso, su pacto había facilitado la entrega de tamaño regalo. Si no, ¡para qué demonios iba a existir Dios!
—Habla de nuevo con ellos y que estudien el cerebro y su estado de ánimo. No sé, el trato, papá. Lo mismo es cuestión de un psiquiatra.
—Llevas toda la razón. No se me había ocurrido. Eso es lo que necesita tu madre. Apoyo psicológico. Como siempre, das en la diana. ¡Qué feliz me haces!
En cuanto salió María del despacho, él empezó a gimotear como un niño pequeño, sin ningún consuelo. Rebeca estaba físicamente perfecta pero…
María salió a dar una vuelta. Ya había caído el sol y el tiempo era suave y fresco. A finales de febrero, en la costa, se tiene un clima paradisíaco: ni frío ni calor. Sinceramente, yo prefiero otra temperatura más alta, mucho más sofocante. Se dirigió hacia la playa. Buscaba esa mirada al infinito que recoge cualquier lamento. El mar es el bálsamo perfecto: soledad, tranquilidad, concentración, profundidad… Esa cadencia, esos colores y olores, esa brisa… En vez de ir por el paseo que circunda la carretera, atajó por el caminillo de tierra que atravesaba los cañaverales. Así no se retrasaría demasiado.
La fortuna llamó a mi puerta: dos hombres de aspecto desaliñado merodeaban entre las cañas. Habían robado en un huerto alguna fruta y se dirigían hacia la playa por si encontraban algún desecho. Uno de ellos oyó pasos. Alertó al otro con un gesto. Entre las varas vieron que se trataba de una muchacha: una presa fácil y divertida. Sin que se diera cuenta de nada, uno se puso delante tapándole el camino, y otro detrás negándole la huida. Le pidieron dinero. Ella no llevaba. Le dijeron que no se iba a ir de rositas. La sujetaron y le pusieron un pañuelo de mordaza para silenciar sus gritos. La empujaron a unos trece metros del caminillo y, agazapados y bien ocultos en la cañada, la desnudaron y la violaron.
Allí, sola, se quedó ultrajada y dolorida en lo más profundo de su ser. Se puso las maltrechas ropas y se fue a casa. No sabía si contárselo a su padre. Simplemente, sentía miedo y un asco atroz. Ya era tarde y sin remedio, ahora lo de menos eran las advertencias de sus padres: “¡No vayas sola a la playa por el caminillo, María!”, que resonaban en su cabeza como una campana rota y desafinada. Qué sencillo es sentirse culpable.
Llegó y, sin ser vista, se metió en la ducha un buen rato. Se quería quitar toda la porquería que traía encima. Con los fuertes restregones de la esponja no podía limpiar la suciedad que inundaba su corazón. Los ojos no dejaban de destilar lágrimas de angustia, de rabia, de desprecio…
Sólo me aproveché de esta circunstancia. Yo no tuve nada que ver. Los trece metros de distancia hasta el caminillo también forman parte del azar. Por un momento, notaba que corría viento favorable: María estaba embarazada. Me servían el miembro número trece en bandeja. Sólo tenía que esperar a que ella se diera cuenta y colarme en una ausencia, ofrecerle un buen trato y dar tiempo al tiempo. A mí, es de lo que más me sobra.
En casa no advirtieron nada. Ni la madre estaba para eso, ni el padre tenía la sensibilidad para notar este dolor, que por su parte, ella disimulaba. La confusión y el desánimo por lo que padecía Rebeca le servían de tapadera. Su hermano no alcanzaba la madurez suficiente para captar estas cosas, ni tan siquiera para ser un fiel confidente ni, mucho menos, un almohadón enjuga-lágrimas.
Tampoco Gabriel pudo sonsacarle nada. Insistió en muchas ocasiones. Le dijo que estaba muy extraña, triste, desanimada. Hasta llegó a pensar que era por su culpa; que había metido la pata en algo, que no estaba a su altura. Incluso, apuntó a una recaída de Rebeca. Pero María lo negaba todo. Traslucía una tristeza descomunal; tanta, que parecía una mentirosa descarada y compulsiva.
Entre ellos se enfrió la relación porque María no encontraba consuelo. Al mantener el secreto no podía desahogarse con nadie y todo tenía que digerirlo ella sola. ¡Era mucho dolor para tan tierna criatura!
Gabriel fue poco a poco, con mucha paciencia, dejando que se sincerara. Él sabía que algo grave pasaba, además, sufría por los dos. Pensó que con el tiempo se solucionaría, y que, a pesar de encontrarse incómodo, debía estar más cerca que nunca, de María.
Pasadas unas semanas, María, entre otros grandes pesares, sentía náuseas y vómitos esporádicos. Internamente algo se había transmutado. No dudó, se pensó lo peor. Se dirigió a la farmacia y, esperando que quedara vacía de clientes, entró. Pidió una prueba de embarazo aduciendo que era para su madre. El mancebo se la vendió con una sonrisa maliciosa.
Corrió para casa. Se metió en el baño y esperó el resultado. Cuando había pasado el tiempo prescrito en el prospecto, que había mal leído toda nerviosa, miró el resultado con los ojos cerrados: no quería verlo, en el último instante se acobardó. Apretó los dientes, casi suspiró un ¡Dios mío! suplicando intercesión.
Relajó los párpados, abrió los ojos y contempló el positivo. No había ninguna duda. Ese negro pensamiento que nos dice con voz trémula “lo sabía” ablandó y enturbió la mirada fija a la señal rosa del test.
Ahora, me tocaba mover ficha. Otra insignificante pérdida de control, un pequeño síncope y el trato encima de la mesa: desaparece el embarazo en un abrir y cerrar de ojos, si tú aceptas ser mi número trece con todas las consecuencias. Así fue y así quedó sellado con la marca de la casa: ese 666 inscrito en un triángulo regular. El trece de marzo, el dedo pulgar de la mano siniestra se enrojecía un poquito, tomando un tono bermellón más ígneo que el rosa pálido del reactivo de la prueba.
Todo el plan estaba, ahora sí, definitivamente en marcha. Mi presentimiento era inmejorable. Los atavíos para la batalla eran de primera calidad. Mi legión estaba bien pertrechada ¡Creced y multiplicaos! Su misión, conquistar almas y, finalmente, asaltar al mismísimo Dios.
Mis superiores no tendrían queja de mí, yo ascendería, mejor dicho, bajaría algún peldaño para estar más cerca de mi Señor. Si Dios tiene coros celestiales, nosotros tenemos cavernas infernales en el abismo. Una perfecta simetría que, al fin, podríamos aniquilar

XII. El silencio comunica desconfianza
Llegó el pleito a los tribunales de justicia. Se exigía una recolocación en la empresa con los mismos derechos o una indemnización acorde a los años trabajados en Mansa. Se llegó, después de múltiples reuniones, a un acuerdo respecto a la compensación económica.
Carlos no quería esta solución, pero no le quedaba otra. Intuía que era obra de Hugo. Por su cuenta, seguiría investigando la cuestión de la paralizada fusión. Quizá, en la competencia, precisamente en Plaker S.A., podría encontrar trabajo y respuestas.
Gabriel y María iban de mal en peor. Para colmo, se entrometía el problema laboral entre los padres: el despido les salpicaba a ellos. No habían tenido mucho tiempo para disfrutar de su enamoramiento, pero todo era improbable ya. La nueva condición de María negaba cualquier posibilidad.
Ella debía intentar una conquista en toda regla, pero no para sí misma, buscando cariñitos y arrumacos, sino para mí, trayéndome el alma de Gabriel en bandeja.
La situación se enrarecía y Gabriel, con todo en contra, no quería dejar de luchar por María. Perseveraba en su amor por ella.
Los adeptos inseminados, con el paso del tiempo, se van animalizando. De forma paulatina, van dejando de ser personas desde el punto de vista espiritual. Ese adormecimiento del alma se suplanta con poderes de la animalidad: anticipación, velocidad, vista, olfato, fuerza… Todas las especializaciones animales están a su alcance. El hombre como tal es el animal físicamente más incapacitado, por eso no es propiamente de este reino. Su ventaja es mental. Pero al compaginarla con sentimiento y voluntad, se produce una disputa interna difícil de librar. Esto hace que el ser humano sea tan impredecible: unas vence el pensamiento, otras el sentimiento o la voluntad. Si hacemos las múltiples combinaciones de estas tres capacidades del alma y lo multiplicamos por el efecto del entorno, llegamos a millones y millones de posibilidades.
Los animales pueden tener una especificidad concreta insuperable, pero son predecibles. Por eso, el hombre es capaz de domesticarlos tarde o temprano. Distinto es competir contra la misma capacidad: un hombre nunca podrá tener la fuerza de un elefante, pero sí puede utilizarla a su favor; nunca podrá oler como un sabueso, pero sí llevarlo de caza; nunca volar como un pájaro, pero sí imitarlo para construir aviones…
Para María, el cambio aún era inapreciable; sin embargo, su padre llevaba muchos días que no utilizaba gafas ni para conducir; que oía las conversaciones de los empleados hasta separado por las paredes; que se movía con una agilidad propia de otras edades; que no se cansaba como antes; que… Una interminable lista de destrezas se desplegaba a su disposición. Esto, naturalmente facilitaba el plan que tenía encomendado. Tanto por adquisición de poderes como por anestesia de compasión hacia sus congéneres, se convertía en mi mejor estilete infernal.
También, por las calles, apreció algo inevitable: los animales con los que se cruzaba se acobardaban ante él. Sus gestos de sumisión, gruñidos, gemidos, orejas gachas y rabos entre las piernas, se convertían en mensajes de reconocimiento de que era el nuevo líder de sus respectivas manadas.
Una vez, mientras terminaba de hacerse a sus nuevas dotes, desafió a un perro a cruzar la calle cuando pasaba una bicicleta. Miró al canino fijamente a los ojos y lo conminó con el pensamiento a que saltara. En ese mismo instante, brincó hacia la calzada provocando la caída del ciclista. No sintió ningún remordimiento, más bien al contrario, se alegró de poseer la obediencia ciega del perro.
Esto le abría multitud de posibilidades. Empezaba a ver cantidades innumerables, miríadas y miríadas de valiosos aliados para su misión.
Al llegar a casa y contemplar a María, reconoció que era de sus huestes. Experimentó “alegría” como buen pupilo del Maligno. En ese preciso momento dejaba de verla como a su hija. En su interior, era una más de la camarilla.
Después, sin excesivo empeño, se preguntó que cómo podría haber sucedido. Quizá con un poco de tiempo lo averiguaría o, tal vez, María se lo contara, ya que el control que ella se empeñaba en mantener sobre su conciencia era cada vez más difícil y resbaladizo.
Ese vacío entre María y Gabriel se fue llenando de frialdad por parte de ella, y de desesperanza por la de él. Este incipiente y tierno noviazgo estaba a punto de sucumbir, de perecer irremediablemente.
XIII. Los enemigos velan armas
Si no hay sacrificio, no hay satisfacción. ¡Qué verdad tan inmensa! Si no hay lucha, entrega, esfuerzo, no hay victoria ni recompensa que se precie.
El Bien, además de sus poderes sobrenaturales, tiene una manera especial de contrarrestar nuestros esfuerzos. Sus ángeles animan a las personas limpias de corazón a luchar contra nuestra facción. Después de elegir sus candidatos, tienen que superar la prueba de adoctrinamiento, que consiste en hacer el bien a un enemigo. ¡Tiene narices! Qué repipis y qué redichos son. Menudos “mírame y no me toques” estos celestiales. Pues bien, para colmo, ¡me cogen a Gabriel! Ya notaba yo que las cosas iban demasiado favorables. Por eso, reniego de las casualidades. Seguro que el Divino lleva algo entre sus “puras” manos, no juega limpio.
Toda pintiparada, la situación a medida —a huevo diría yo—: varios años de envidia recocida de Luis hacia Gabriel, y se presenta, ni corto ni perezoso, un día en su casa para pedirle consejo.
—Hola, ¿está Gabriel?
—Sí, pasa. Está en su cuarto…, me parece. Voy a llamarlo —fue Eva en busca de Gabriel mientras Luis se quedaba en la entrada de la casa.
—Hola. ¿Qué tal, Luis? Pero pasa y siéntate, hombre —le dijo Gabriel a la par que le indicaba con el brazo que pasara al salón.
—Oye, no sé como decírtelo, pero necesito tu ayuda. Yo sé que a veces hemos tenido algún encontronazo, pero no sé a quién recurrir.
—No te preocupes, di lo que tengas que decir y ya está. Somos compañeros.
—Ya. Pero…, por eso mismo, no sabes la cantidad de veces que me lo he pensado.
—Venga, Luis —no quiso hacerlo sentirse peor y lo animaba a que expusiera lo que lo traía tan preocupado.
—Yo admito que eres el mejor de toda la clase. ¡Qué digo!, de todo el Playa Sur. Por eso quiero que me ayudes a finalizar el proyecto de matemáticas. Me metí en un berenjenal y, como es original y secreto hasta la presentación, no puedo decirle nada a don José Antonio. Recuerda que debe adaptarse a nuestras posibilidades, pero yo he intentando superarlas. Y ya no tengo tiempo de empezar otro nuevo proyecto que merezca la pena.
—No te agobies. Si puedo ayudarte lo haré. ¿De qué se trata?
—Es sobre redes sociales. Relaciones entre personas, jerarquías, prioridades. Lleva una parte, relativamente cómoda, que se resuelve con matrices, que son como tablas numéricas, pero que permiten operarse entre ellas. Después estuve hojeando un artículo de una revista de matemáticas, documentándome en la biblioteca, y aparecieron los fractales. Aquí es donde me he atrancado. Esto, posiblemente, no lo estudiemos ni en bachiller.
—Ahora mismo, no sé muy bien qué me dices. Las matrices me suenan, pero los fractales no. Yo investigaré en relación a lo que me has dicho, y ten por seguro que te ayudaré en lo que pueda —le mintió respecto a los fractales, porque había visto dibujos y propiedades sobre ellos. Lo hizo por agradar a Luis, para que no se sintiera inferior.
—Te dejo una copia de lo que he trabajado y tú lo miras.
—Mejor, así me centro más en qué quieres exactamente. Insisto, no te preocupes, nadie va a saber esto. Te prometo que queda entre nosotros.
Acompañó a Luis a la puerta y lo despidió. Se puso a leer lo que le había dejado. Tomó nota de algunos fallos y se puso a buscar información en la red sobre fractales; deseaba arreglarle el proyecto. Debía tamizar bien la información para hacerla legible y comprensible a su compañero. Con el cociente intelectual de Gabriel no es fácil estar a su altura ni subido en una escalera. ¡Qué máquina!
No son la legión de los santos ni los coros celestiales con sus ángeles, arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominaciones, tronos, querubines y serafines, la virgen, con sus innumerables advocaciones, y la Santísima Trinidad los únicos adversarios. Además, están los guerrilleros de a pie. Esos que ayudan al enemigo, los que se ponen a servir al que los humilla, los que dan todo lo que tienen al necesitado, los que se recitan en las bienaventuranzas y demás escrituras sagradas, los que ponen la otra mejilla… Esos que siguen a Cristo, conozcan o no su evangelio al dedillo, ¡todos esos son mis enemigos! Fortalecen su espíritu y son capaces de extinguir al más experimentado de mis guerreros. La razón es muy simple: en su fortalecimiento espiritual, se hacen invulnerables a las tentaciones, y cierran la posibilidad de conquistarlos. Sólo nos queda la aniquilación, la muerte. Pero ésta no da el resultado requerido, puesto que la categoría del asesinado se eleva y pasa a engrosar, como mínimo, la escuadra de los mártires. Por tanto, nuestra tarea es impedir que se espiritualicen ayudando al prójimo.
De todas formas, estas no son las únicas complicaciones, sobre todo, con los practicantes religiosos. Ya decía un padre de la iglesia que “Las flores se marchitan, las lágrimas se evaporan, pero la oración perdura”. Así es Gabriel, que reza a todas horas, ora y ora hasta que nos deja inoperantes contra él: meros inútiles diablillos, que no sirven ni para asustar a los niños que no quieren comer.
Después de varias sesiones de trabajo dedicadas a los fractales, consiguió establecer la correspondencia necesaria para implementarlos en las redes sociales y que fuese practicable para Luis. Le mandó un correo electrónico para que se tranquilizase, indicándole que al día siguiente le llevaría el material a clase. Luis, le contestó que preferiría ir a su casa a recogerlo para evitar que alguien sospechase. No puso impedimento, se volvieron a ver y se lo dio.
—Eres muy buena persona. Con lo que he pensado de ti miles de veces. ¡Soy una sanguijuela!
—Mira, Luis, ni tú eres una sanguijuela ni yo soy un santo. Lee con tranquilidad el apunte que te he hecho. Creo que está claro. Si no te gusta o no te parece adecuado, me lo dices y volvemos a revisarlo. Te digo una cosa: me siento feliz de poderte ayudar. Deseo que nos tratemos como hacemos en este momento. Admirándonos uno a otro, sin envidias ni malos rollos. Gracias por recurrir a mí.
—Eres incorregible, Gabriel. ¡Tendré que darte yo las gracias a ti! ¿No crees?
En pleno fragor de la batalla, me enfrentaba a un contrincante llamado a ser un héroe. A uno de esos que no admiten derrota. A uno de los verdaderos cristianos de la humanidad: un auténtico hijo de Cristo.
Lo que no tenía que pasar, ¡maldita fatalidad!, pasó. Al encontrarse estos días en clase, María y Gabriel se comportaban de manera muy diferente. Él pretendía verla, porque, después de las últimas semanas, notaba que la relación se perdía sin saber por qué. Ella, todo lo contrario, lo esquivaba de forma inteligente para que no se notara. De forma velada, se mezclaba entre los compañeros para escabullirse. Un día, ante la inagotable persistencia de Gabriel, fue inexcusable el encuentro.
—Perdona, María. ¿Podríamos vernos esta tarde? Quiero decirte algo importante.
Él pretendía declararse abiertamente, sin ambages. Él la quería con toda su alma y no podía esperar a que la situación se deteriorase más. Lo de su padre se había medio arreglado con la indemnización, y lo de la madre de María, con el tiempo, se subsanaría también. Esta era su gran oportunidad. Además, quedarse quieto lo estaba destrozando por dentro, y contemporizar agravaría aún más las circunstancias. Cogía el tren o lo dejaba escapar. Descartó ver pasar el tiempo.
—Mira, es que tengo que ir con mi padre al médico, mi madre ya sabes que…
—María, es muy importante. Sólo te pido diez minutos. ¡Por favor!
—Vale. Te espero en casa sobre las cinco.
María tenía los sentimientos revueltos aunque con el paso de los días se decantaban hacia su nueva misión. Su transformación diabólica hacía que perdiera las buenas emociones que albergaba en su corazón; le impedía realizar acciones piadosas, y se debía, obediente y sumisa, al Maligno. Además, por la condición particular de Gabriel, el choque de personalidades era brutal: un ángel contra un demonio.
Ella ya lo intuía, pero él, no era en absoluto consciente. Por eso, en estos días, lo rehuía cada vez más, pero su creciente desapego por él, debido a su animalidad progresiva, se topaba con la invulnerabilidad de Gabriel, como inmaculado súbdito del Bien. Eran como agua y aceite, condenados a separarse. La repulsión total hacia él la asumió cuando lo reconoció como ángel del Bien: ya no había vuelta atrás; el combate había empezado.
Con puntualidad extrema llegó a casa de María. Y, casi sin decir hola, expuso, tras múltiples ensayos, su determinación.
—Yo quiero salir contigo. Que estemos juntos. Te amo.
—No te precipites. Lo nuestro va bien así.
—Iba bien, María. Pero unos días después de lo de tu madre todo ha cambiado. Yo lo entiendo, y quiero que sepas, sin ninguna duda, que estoy a tu lado.
—Tengo muchos problemas y no quiero pensar en ninguno más.
Hizo un gesto desairado y brusco con la mano izquierda, separándose de Gabriel y rechazándolo sin miramientos. Tenía el brazo como embozo de su rostro, la cabeza hacia abajo, mirando de reojo el suelo. Entonces, él observó con extrañeza una marca rara en su pulgar.
—Qué tienes ahí. ¿Te has quemado? Pero, a ver, parece que el dibujo insinúa un triángulo... —ella, velozmente retiró la mano y aulló, tan profundo como un lobo.
—¡Quita! ¡No me toques! —Gabriel, estremecido, oía la voz cada vez más cascada y ronca. A cada segundo que estaba con él, María soportaba más sufrimiento. La yema del dedo le ardía y la quemazón se hacía insoportable. Un pequeño hilo de humo manaba de su dedo.
De repente, después de varias convulsiones frenéticas, como si sufriera un monstruoso espasmo, echó una arcada de bilis sobre Gabriel y empezó a bramar, toda ella poseída por el diablo. Taladraban del tímpano al talón de Gabriel esos guturales alaridos, que parecían provenientes de ultratumba, del mismísimo averno. Él, sin tiempo de reacción, se aterró súbito, y, sobrecogido, aguantó heroico la espantosa situación. La quería tanto que su amor le impedía abandonarla.
Los ojos estaban vueltos, níveos refulgentes, y los espumarajos no dejaban de brotar de su ennegrecida boca. Era una posesión de respuesta instintiva, de autodefensa por el dolor que provoca la cercanía de un ángel. El amor que sentía Gabriel hacia María, en este estado de alienación, exacerbaba su padecimiento. Los gruñidos y esputos no cesaban de producirse. Él, sin saber por qué, se encomendó a su fe.
El padre, que trabajaba en el despacho, acudió raudo al salón en defensa de María. Pero la fatalidad quiso que se encontrara a Gabriel, crucifijo en mano, impávido, interponiéndose en su camino. Su reflejo fue coger con gran amor la cruz de su cadena. Mostraba el crucifijo, delante de su pecho, con firme templanza y gran fe, y rezaba, en voz alta, el Padre Nuestro: “¡Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén!”—, que hizo que los espíritus malignos, instalados en Hugo y María, saliesen pulverizados como si lo hubiese ordenado el mismísimo Jesucristo. Practicó, sin saberlo, un exorcismo múltiple e inmaculado.
Padre e hija quedaron desparramados por el suelo, en un sueño profundo. En el mismo instante, Rebeca expiraba en su habitación. Su último aliento cristalizó una de sus mejores y dulces sonrisas.
La fe de Gabriel y su amor por María aniquilaron mi minucioso plan. Tuvo que aparecer otro salvador como sor Trinidad, la anterior bienhechora.
En esta era todo había empezado escrupulosamente medido, ahora, se veía derrumbado como un enclenque castillo de naipes. No importa el tiempo, ni la cantidad ni la extensión, sólo la calidad: la asunción de la auténtica fe.
Cuando se despertaron, medio mareados y nauseabundos, no recordaban casi nada de lo sucedido. Estaban aturdidos y muy cansados.
Pedro, al oír los descomunales chillidos, acudió al salón y presenció parte de la macabra escena. Comprendió, a pesar de sus cortos años, que Gabriel había hecho algo bueno por ellos.
Pasada la conmoción, María se abrazó a Gabriel cuando lo despidió en la puerta.
El alma que habíamos arrebatado a Dios, para servirnos de ella, descansaba ya en paz. Una desesperación inundó la casa al contemplar a Rebeca muerta. La suave mueca de su rostro, mostraba una muerte plácida y nada dolorosa. Los tres, frente al cadáver, lloraban amargamente su pérdida. En ese instante, y sin pretenderlo, Hugo reparó en su pulgar, y apreció que había desaparecido la señal. Rápidamente, se acercó a María y contempló la yema de su dedo totalmente limpia. La apartó de su hermano un momento, y le contó lo que había pasado con su madre después del accidente. Aunque no llegó a aclararle que lo hizo pensando en él, por su viudedad: ni por Rebeca ni por la orfandad de sus hijos. Más tarde, apocada y triste, ella le dijo a su padre lo acontecido en el caminillo de la playa.
Gracias a Gabriel se habían salvado. A mí, me condenaban a sumar otro estrepitoso fracaso.
El resto de inseminados van perdiendo su poder al cristianizar a su insigne, por ello, su elección debe ser extremada y minuciosa, aunque nunca está el éxito garantizado. Sinceramente, creo que jamás lo estará.
Durante el entierro de Rebeca, en el cementerio —¡que no hay quién entre con tantas cruces!—, cuando ya la habían sepultado y dado los pésames y condolencias a la familia, se sinceró Hugo ante Carlos.
—Perdóname, Carlos. Yo sé que mi carácter no es para hacer amigos; pero una cosa es que yo sea hosco, o estúpido si quieres, y otra muy distinta es ser un desalmado sin escrúpulos. Necesito que me perdones, yo no puedo seguir siendo así. Tengo que cambiar. Tu hijo nos ha devuelto la paz. Gracias, muchas gracias —decía llorando.
—No te preocupes ahora de eso. Piensa en tus hijos, que bastante tienes con la pérdida de Rebeca. Si necesitas cualquier cosa, estamos a tu disposición.
—Gracias de nuevo. Te prometo que haré todo lo posible para tu incorporación en Mansa. Además, estudiaremos la fusión y te propondré como consejero en la nueva administración. No es por despecho ni compensación, Carlos, te lo mereces: eres un ejemplo para la empresa.
María salía del cementerio acompañada de Gabriel. Iban unos metros por delante de Hugo, que llevaba a Pedro cogido de la mano. Ella le insistía a Gabriel en el dolor que sentía por la muerte de su madre. También se atrevió a decirle que él era lo mejor que le había pasado en su vida, y quería contestarle que sí, que estaba deseando salir con él. Aunque debía contarle por qué se había transformado, porque no podía comprometerse silenciando el infame asunto que sufrió en la vereda de la playa. Ya no se sentía culpable en absoluto, pero sí ultrajada y utilizada para un sacrílego fin. Gabriel no le pedía explicaciones, mas ella se las dio. Pensaba que no podía comenzar una relación sincera con un secreto tan abominable como ése.
Post scríptum:
Me he quedado dormido, pidiendo que venga la muerte; derramando poco a poco esta sangre negra de diablo, de mal aprendiz de Belcebú, porque no llego a la altura de lo que se me demanda.
Como cobarde que soy por esencia, me retiro, y me suicido con veleidoso placer. No quiero volver a iniciar ninguna lucha aunque que me concediesen tal privilegio. ¡Ahora, decido yo!
Estamos en el año 2675, justo cuando va a empezar la próxima época. Unos 666 años después del “accidente” de Rebeca, una víctima más de este demonio desdichado.
Brindo por los que me seguirán y por sus éxitos; por las tinieblas y por el Maligno, que tenga a bien perdonarme. ¡Qué tontería!, que me comprenda…
Yo fui vencido en mi debut por Jesucristo y, en varias ocasiones, por la humanidad. Habrá otra ocasión más propicia, lo dicen las Escrituras, pero yo sé que no la lideraré. ¡Al diablo!
Firmado por el primer demonio de la era cristiana.

Juan Sánchez Shakelwinton

5 comentarios :

  1. Muy chulo Coral me ha gustado mucho.

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  2. Sencillamente me ha encantado :)

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  3. Coral me ha gustado mucho.

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  4. Coral, ¿tendrá deseo el duende de trabajar "Pacto" con tus nuevos alumnos y alumnas? Me gustaría conocer la opinión de tu alumnado. Un saludo muy cordial desde el norte de La Carolina.

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  5. Hemos incluido su lectura voluntariamente. Sí que le pediremos su opinión y valoración en "comentarios" al finalizarlo. Los niños son imprevisibles, así que...a esperar.

    ¡Un saludo muy cordial también para ti!

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